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Foto del escritorPadre Jorge Ambert, S.J.

¿Y los chavos?

Eso me recuerda un anuncio comercial bien antiguo, en que alguien preguntaba: ¿Y los chavos, dónde están? La respuesta era ese Banco y las bendiciones de negociar con ellos. A la pareja le preguntaría hoy: ¿Y los chavos,  cómo están? Porque una de las fuentes de graves errores que desdoran el matrimonio es el uso, de uno o de la otra, de sus bienes materiales. El hogar necesita bienes.


No somos monjes seguidores del pobrecito de Asís que vivía en mendicidad cristiana. La misión de crear un hogar conlleva la necesidad de bienes para mantenerlo. Los polluelos necesitan nido donde abrigarse, comida, educación, etc.  El hogar no es casa de eremitas que viven como Diógenes, incluso despreciando los bienes de la tierra.  Estos no solo son benditos sino necesarios. Dios quiere que sus hijos tengan lo necesaria para una vida humana. Es pecado que en esta sociedad desigual algunos animales prosperen más que las personas.


¿Dónde se puede esconder el mal espíritu? En la forma de manejar ese dinero.

“Mía es la plata y mío es el oro, dice el Señor de los Ejércitos”. Hay que pensar primero que todo lo que poseemos es de Dios. Nosotros somos administradores de El en nuestro propio hogar, ahorros, posesiones. Decía alguien: “Nosotros creemos que una cuenta en conjunto es un símbolo apropiado de nuestra unión, y por eso siempre hemos tenido una así”. Posible error: que en la administración de los bienes se asome el machismo. Es la pareja que no tiene problemas “mientras el maneje el  dinero y ella sumisa lo acepte”. Eso no me parece aceptable. En otros tiempos tal vez se considerase normal que tarea del macho fuese proveer, traer la caza al hogar, y que la hembra la cocinara. Hoy no. Primero, decidir quién administra. Será quien tenga la habilidad para realizarlo. Y sobre todo, que las decisiones económicas sean siempre producto de un acuerdo, de un decidir ambos sobre el modo económico de conducir el hogar. Yo pienso que es indigno el que un compañero controle las finanzas en contra de los deseos del otro; esto es resultado de  inmadurez o inseguridad.

Otro error: que uno sea más gastador que el otro; a veces el administrador es tacaño para soltar dinero para todos.  O no controla el gasto. Recuerdo el caso de una pareja en que ella sufría de un espíritu derrochador.  Como que el dinero le quemaba las manos.  Como no hablaban del tema, y el esposo consentía, terminaron en deudas inauditas.  O la otra señora, que había sufrido mucho cuando niña, al ver a sus padres pelear por cosas de dinero, que decidió no pelear por eso en su matrimonio.  El esposo derrochador llegó incluso a perder la casa por deudas.


Algunas parejas pueden necesitar una consejería financiera; siempre aparecerá una mano sabia que ayude. Pero repito: Planifiquen ambos juntos. Estén abiertos a retocar esos planes y presupuestos juntos según las circunstancias. ¡Y mejor si deciden mutuamente una vida más austera!



Para algunos el error puede ser las capitulaciones. Hay casos en que, por vivir en una sociedad acusatoria, es bueno cubrir al cónyuge de deudas propias que arrastro desde la soltería. Mi consejo es: háganlas, pero olvídense de que las firmaron.  Vivan de lo que vayan produciendo juntos. Cuando entra la consideración: “esto es mío, no te metas, es mi dinero…” ya  metió el enemigo la cola serpentina. Y entonces se cumple lo que decía un santo: “el dinero es estiércol del demonio”.  ¡Huy!

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