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Foto del escritorPadre Jorge Ambert, S.J.

Todo Cambia

“Cambia, todo cambia”. Así cantaba melodiosamente Mercedes Sosa. Y Alejo Carpentier, en ‘El siglo de las luces’ sentenciaba: “Hay épocas hechas para diezmar los rebaños, confundir las lenguas y dispersar las tribus”. Mi reflexión dice que ‘hay cambios, y hay cambios”. Esa mentalidad relativista algunos la aplican al concepto actual del matrimonio. Y es verdad que hay cambios.


Muchos tocan las formas externas, el caparazón como efecto del movimiento evolutivo. Otros son para entender más profundamente esa realidad. Pero hay un corazón, algo profundo en ese hecho, que no cambia en sí. Sólo se arropa con el ropaje del momento.

Azorín en el ensayo: ‘El hombre del balcón’ presenta a un varón sentado en el balcón. El reloj corre. Su ropaje va cambiando al pasar de los años. Los elementos arquitectónicos del balcón varían, pero él persevera a pesar de todo eso, con su mano sobre la barbilla reflexionando. Es como el astrónomo que ve enriquecer su conocimiento estelar con nuevas nebulosas o constelaciones. Pero su cielo sigue el mismo, infinito, expansivo. Y termina Azorín: “Nadie le podrá quitar su dolorido sentir”. En el bizcocho hay unos elementos que son el bizcocho mismo; lo demás es frosting. Así también en nuestro concepto de ‘matrimonio’.


¿Cuáles son esos elementos que constituyen el matrimonio, esté donde esté? El primero: Hay una pareja, un macho y hembra, que juntos constituyen lo que es la raza humana. Es el complemento perfecto, en cuya unión se puede constituir eso que llamamos “el hombre”.

El segundo elemento es la posibilidad que tiene esa pareja de reproducirse a sí misma. Lleva en si el elemento de la multiplicación propia. Hay capacidad de subsistir, a pesar de la muerte y su propia destrucción, y seguir multiplicando su ser humano en esta tierra. Su unión crea algo nuevo de sí mismo.


Tercero, lleva en sí la capacidad de una comunicación profunda, no de señales externas, sino de comunicar su propio ser, sus pensamientos, afectos, deseos. Es la experiencia del amor, que por su racionalidad supera el que se pueden comunicar los animales. Su naturaleza humana no es meramente animal; tiene un plus que supera con mucho el mundo meramente sensible. Y lo puede compartir en un sentido total.


Cuarto, está el elemento de ese regalo mutuo que no es transferible, de ese modo, a otra persona. Hay un elemento de exclusividad. No se trata de un compartir en un fin de semana, y por unos instantes reconfortantes. Reconocemos una trabazón única entre esos dos seres.

Cuando existe todo esto, lo demás es frosting; nadie le podrá quitar su dolorido sentir. Varían las lenguas, los vestidos, las tareas externas, el poema, o la caricia, los gustos culturales… Lo profundo sigue intacto: Se encuentra donde hay dos seres humanos con estos elementos.


Los creyentes añadimos un elemento adicional, que ya es producto de la fe, y del nuevo mundo que inaugura Jesús. Su unión humana es una misión para recordarle al mundo que solo el amor construye. Hay unas gracias divinas, unos dones, para predicar con su propio modo de vivir que el amor es la primera y gran ley. Lo humano sigue presente. Lo divino es la añadidura que se hizo carne entre nosotros, para que en todo vivamos para él.



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