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  • Foto del escritorPadre Jorge Ambert, S.J.

Ptolomeo & Copérnico

Ptolomeo fue un astrónomo egipcio de los tiempos antiguos. Enseñó que la tierra era el centro del universo; lo demás giraba alrededor de ella. Siglos después otro astrónomo, Copérnico, descubrió que era el sol el centro de nuestro sistema planetario. Los demás planetas, y la tierra, giraban alrededor del sol, que a su vez se desplazaba hacia otra constelación.


Un problema profundo en la relación de pareja es cuando un cónyuge se convierte en Ptolomeo. Se considera el ombligo del mundo, el centro de atención del otro cónyuge. A el se le debe todo, solo se deben tener en cuenta sus necesidades. Este Ptolomeo es como el Epulón, que come espléndidamente, y ni siquiera mira a la puerta a ver si hay alguien por ahí. Convencido de que el, como dice el corrido mejicano, ‘sigue siendo el rey’, considera que a el se le debe todo, y la otra parte de la pareja, sin querer queriendo, termina como esclavo o esclava de sus deseos.


En una sociedad machista el Ptolomeo suele ser el varón. Recuerdo la casada que me comentaba: “Y cuando llegamos al hotel para honey moon, cerró la puerta y dijo “ahora quien manda soy yo”. Y ahí comenzó mi tormento.”


Por su sexo es el rey de la casa, a quien se le debe servidumbre. En una sociedad exageradamente feminista el Ptolomeo es ella. Y esta actitud convierte a uno en idólatra. Decía un autor: “En el fondo está la autolatría, el culto de sí, el amor propio, el ponerse a sí mismo en el centro y en el primer puesto en el universo, sometiendo todo a él. Basta que aprendamos a escucharnos mientras hablamos para descubrir cómo se llama nuestro ídolo, pues, como dice Jesús, «de la abundancia del corazón habla la boca » (Mt 12,34). Nos daremos cuenta de cuántas frases nuestras comienzan con la palabra «yo».”


Ptolomeo: “Negra, hazme de to.” (En el momento de relación íntima).

Copérnico: Qué puedo hacer por ti? “

Ptolomeo: “Encárgate de los nenes, que yo estoy muy ocupado y no estoy pa eso.”

Copérnico: “Hoy tendré que dejarte sola, pero mañana toma tu el break.”

Ptolomeo: “No vuelvas a darme esa porquería de comida.”

Copérnico: “Ese tipo de guisos me cae mal; mejor si no me lo repites.”

Ptolomeo: “Te callas, pues aquí decido yo.”

Copérnico: “Vamos a ver si llegamos ambos a un acuerdo en este punto”.


El colmo de Ptolomeo es aquella pareja a quienes el siquiatra les recomendó: “Sería bueno para ambos el salir fuera al menos dos veces por semana”. Y el esposo contestó: ‘Pues que ella salga el jueves, yo salgo el viernes”. Lo contrario era el que se preguntaba con frecuencia: “Qué podré hacer hoy para que ella se sienta amada, se sienta centro de mi vida?


El resultado en la vida de fe de Mister Ptolomeo es siempre la impiedad, el no glorificar a Dios, sino siempre y sólo a sí mismo, incluso el hacer el bien, supeditado al propio éxito y a la propia afirmación personal. El resultado en la relación matrimonial es la, tristeza, la sensación de que me equivoqué al casarme, el definir al matrimonio como “la única guerra en que se duerme con el enemigo:”. En fin, el plan divino, que era el complemento, el crecimiento mutuo por lo que cada uno aporta a una unidad superior, a la felicidad de ambos, queda frustrado. Ante los Ptolomeos a ningún joven le dará deseos de asumir como vocación el matrimonio.











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