Por experiencia capto que la frase resume una triste realidad: el verdadero diablo del matrimonio es la mudez (aquel espíritu sordo y mudo del Evangelio). Cuando se llega a ese estado de forma irremediable, ya no queda en el futuro de la pareja sino manos frías, miradas adúlteras y divorcio. Se han quedado sin alternativas, como el carro sin gasolina en el expreso.
Estoy consciente de ello al comenzar cada Taller de Renovación Conyugal. “Uds. vienen aquí”, les digo, “porque sufren fuertemente la presencia de un problema: le sorprendiste en adulterio, la vida casada no te ilusiona, te apesta, ya consultaste con el abogado. Pero ese no es el problema real, sino la consecuencia de otro. Ya hace tiempo que el intercambio mutuo se secó. Y ya no sientes futuro”.
Así pasa nivel internacional: mientras las potencias hablaban –Kissinger y Gromyko se encuentren- hay esperanza. Mientras el matrimonio analice mutuamente lo que pasa, saquen fuera sus íntimos sentimientos, hay esperanza. Porque el problema es de ellos, y también la solución. Porque nadie en realidad puede dictar soluciones o consejos, sino hacer que el otro refleje las propias soluciones que porta.
Pienso que el matrimonio tiene muchísimo de contrato. No es lo único; lo íntimo de esta relación es indefinible, y como sacramento mucho más. Pero para andar por casa, para posibilitar la convivencia práctica, es necesario un contrato, cuanto más explícito y detallado mejor. Y el contrato es un acuerdo mutuo logrado a fuerza de negociaciones. Imaginen relaciones obrero-patronales en que ninguna de las partes quiere hablar, no expresan sus aspiraciones laborales, ni analizan las posibilidades reales de conseguir ese objetivo. Lo que vendrá será caos, huelga indefinida, taller cerrado.
Así en el matrimonio. Funciona por un acuerdo que se logra comunicando las propias necesidades y las posibilidades para donarle al otro: lo que quiero y lo que ofrezco. ¿Pero cómo será eso posible si no se hablan? No extrañan, entonces, los malentendidos, los gritos, las frustraciones, las frialdades. Se está en una tarea sin ton ni son. Y precisamente ese momento crítico en que algo muy importante de tus expectativas colapsa, pide a grito una renovación clara y precisa del contrato matrimonial. Es momento para largas horas de conseguir acuerdos, conversando.
Por eso seguimos repitiendo: Comunicarse es cuestión vital. El intercambio a solas es intimidad, en participación de sentimientos, es tan vital a la pareja como el agua a la planta. En el Taller de Renovación Conyugal lo único que hacemos es crear un ambiente en que este diálogo se propicie por todos lados. En la sala de un hogar leí: “El amor, como el pan, hay que ponerlo al horno cada día”. De eso se trata. Sin mudez.
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