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  • Foto del escritorPadre Jorge Ambert, S.J.

Estiercol como Gracia

Un texto paulino que me consuela es el de Rom 5:20 “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.” Y la maravillosa liturgia del sábado santo lo proclama en aquel verso del Pregón Pascual: “Feliz el pecado de Adán que nos mereció tan gran Redentor”. Admira el que se agradezca a Dios el haber caído en el pecado. Admira que los continuos pecados de David, por salirse del complicado embrollo en que se metió, termine con el magnífico salmo 51” un corazón quebrantado y humillado tu no lo desprecias”. O el salmo 130 que afirma que Dios muestra lo inmenso de su poder “perdonando”.


Esa experiencia de ver el pecado como una oportunidad para crecer en lo increíble del amor divino lo he visto también en algunas parejas que, sufriendo y llorando por un adulterio, lo llegan a ver como el principio de un crecimiento humano. Me recuerda esto a San Pedro, que lloró amargamente al darse cuenta de haber negado al Maestro. Pero dice la tradición que, en las mañanas, cuando oía cantar al gallo, lloraba. No era de amargura, sino de agradecimiento por el perdón recibido del Maestro. Y me recuerdo del sicólogo que pedía ver el fracaso como oportunidad, no como desastre.


En mi experiencia he constatado que, cuando ambos elaboran su parte después de un adulterio (la parte pecadora llorando y cortando con la ocasión; la ofendida llegando a un perdón genuino) son parejas que crecen a la experiencia de un amor más maduro y profundo. Tal vez sea la puesta en acción del refrán “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Yo a las parejas que han pasado por la triste experiencia de la deslealtad les llamo a reflexionar viendo cómo las flores surgen más lozanas. Es cuando se las abona. ¿Y el abono qué es? Estiércol, desecho orgánico. Es también lo que sucede en el misterio pascual. Jesús termina como un fracasado en el tormento de la cruz. Y esa muerte por amor es la que posibilita la resurrección, sentarse a la derecha del Padre, lavar con su sangre el pecado de la humanidad.


Reconozco que no es fácil para la parte ofendida subir a ese perdón, que es crecimiento mutuo. El rencor brota espontáneo, como brota la sangre de la puñalada. Y hay que dejar que corra. No hagamos como el que impide que se desborde en lágrimas aquel que ha perdido un ser amado. El dolor es la primera etapa. Hay que pasar a la segunda. El que sufrió graves daños del terremoto en Guánica tiene razones de sobra para llorar, o quejarse de la pérdida, o de los constructores que usaron material barato. Pero la segunda etapa es buscar la ayuda para reforzar la casa, o, si necesario, levantarla de nuevo, pero más fuerte y segura. No te quedas llorando ante la pared caída. Agradece que no te cayó encima. Entiende que tu casa no estará segura en otro sismo, y busca ayuda para fortalecerla debidamente.


Me emocionaba lo que contaba aquella señora amiga, que había sufrido un adulterio profundo de su pareja. Y le preguntaban, ¿cómo pudiste perdonar tanto? Fue como un parto, decía. El dolor es único, no experimentado antes, indeseable. Pero cuando me traen al niño sano y salvo, y lo ponen sobre mi pecho, olvido, por la alegría, el dolor pasado. Yo veo que mi esposo es ahora una nueva criatura; que aprendió la lección; que ha sido sincero; que es un hombre nuevo. No es el que me ofendió. Es el que nació como el ave fénix nace de las cenizas para resucitar de nuevo. El perdón es la mejor respuesta. No olvido el hecho; está en la lista de experiencias pasadas. Olvido la reacción de dolor, de rechazo, de venganza que sufrí en aquel momento. Y qué alegría para mi ver tantas parejas donde “abundó la gracia”. Y donde de ese estiércol surgió una pareja con el mismo seguro social, pero como personas de vida renovada.



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